domingo, febrero 25, 2007

La cala salvaje

Nosotros, por lo menos durante los primeros años de mi vida, fuimos domingueros. Pero no domingueros de salir fuera los domingos, no... nosotros usábamos toda la amplitud del término usando neveras portátiles, llevándonos los bocadillos de casa, la fruta y los petite suisse. Menos por la sombrilla y el radiocassete, fuimos domingueros de todas todas. Eso si, había una gran diferencia, en contra de la norma establecida de que el dominguero se desplaza a pocos kilómetros para realizarse en su ocio y a partir de las 11:00 de la mañana, mi padre impuso lo que debía ser un dominguerismo nórdico que consistía en irse a la costa brava a las siete de la mañana y tras dos horas escasas de carretera en la que sólo coincidíamos a partir de la entrada en tierras gironinas con franceses, alemanes y holandeses. Con frecuencia, tras cuatro o cinco horas de baño y un doble desayuno tardío, llegábamos a comer a casa. Otra gran diferencia con el dominguero común, es que jamás hicimos estas salidas en domingo, sino en sábado.

Estas salidas que se producían todos los fines de semana del mes de julio, que era el mes de vacaciones de mi padre, se programaban a partir del miércoles y aparentemente se nos dejaba elegir a la playa que queríamos ir: roses, platja d'aro, blanes, santa cristina, siempre dentro del marco de la costa brava, era impensable aparecer por castelldefels, sitges... porque se valoraba más el hecho de que el agua cubriese que no la comodidad de la cercanía. estas jornadas playeras a mi me volvían loca hasta que empecé a crecer y a no querer ir con mis padres a ningún sitio, pero hasta que esta rebeldía prepubertosa se manifestó, yo fui niña de gafas, aletas y gran capacidad pulmonar.

nos levantábamos al amanecer para poder ducharnos los cinco y salir puntuales, ya que sabíamos perfectamente que si en la entrad a la autovía había muchos coches, mi padre daría marcha atrás y no iríamos al mar aquel día, cuanto más temprano, menos coches. Se había dado el caso, incluso, de llegar tan pronto que hacía frío para estar en la playa y tener que ir a dar una vuelta al pueblo.

llegábamos entre las nueve y nueve y media de la mañana, mi madre localizaba un chiringuito próximo para poder tener un baño a mano para mi y mis dos hermanos; desayunábamos algo y yo corría hacia las límpidas y cristalina aguas de la costa brava. jamás le tuve miedo al agua, bueno, si, de muy pequeñita, con 3 o 4 años, pero el miedo se fue ante la determinación de mi padre de meterme con el, sin flotadores ni burbuja (una burbuja... yo siempre quise tener una!) y soltarme en medio del agua haciendo que se desarrollase en mi un tremendo instinto de supervivencia: tragué mucha agua salada y arena, pero aprendí nadar como un perrito y a no hundirme. Así, con siete u ocho años, me adentraba hasta donde mis padres ya no podían verme, con mis gafas de buzo y mis aletas e imaginaba historias de piratas, de barcos, de sirenas y peces de colores. entre volteretas, tournedos y saltos hacia el cielo se me pasaba el tiempo. cuando con los pies notaba que pasaba una corriente de agua, buceaba hasta encontrarla con la esperanza de que me arrastrase con ella hacia algún mundo desconocido. yo sé que mi madre, ocupada con mis hermanos pequeños, sufría hasta que me veía llegar, tras horas de baño, arrugada como una pasa y con todo el cuerpo en tensión, cansada de nadar contracorriente para llegar hasta la costa. ella hubiese sido más feliz si hubiese sido una niña de esas que juegan en la orilla o con el cubo, la pala y el rastrillo, pero supongo que al final se resignó.

Me encantaba el mar. era frecuente encontrarme a 200ms de la orilla a alguna pareja o algún bañista aventajado, siempre guiris, que me preguntaba por señas si me encontraba bien o si quería volver a la orilla. yo siempre decía que no y sonreía y me decían: spanish? y yo: yes! y seguía haciendo la orca juguetona. Otro de mis juegos preferidos era bucear hasta el fondo y coger puñados de arena, apretarlos fuertemente en el puño y proceder a subir hasta la superficie soltando la arena de los puños lentamente, para emular a los cometas en mi ascenso.

mi playa preferida era la de santa cristina. se accedía a ella a través de un polvoriento camino de tierra amarilla, ciertamente complicado lleno de árboles y espesura, cosa que hacía el trayecto hasta santa cristina mucho más delicioso. además, la playa de santa cristina estaba dividida por un conjunto rocoso que en el medio tenía una abertura que comunicaba ambos lados de la playa, tenía un aspecto salvaje, una arena gruesa y comodísima a la hora de desprenderse. Jamás entenderé a los amantes de la arena fina.

http://www1.mma.es/playas/img/galerias/gi/0006/%EDndice.htm

este es un enlace para que puedan apreciar el lugar donde esta que les escribe fue inmensamente feliz.

siempre que venía un familiar de fuera y había que ir a la playa, mis padres elegían santa cristina; en el colegío, las alumna que tenían vegetación o carnots eran citadas por el médico a probar las maravillosas aguas de santa cristina para sus dolencias respiratorias. por eso, siempre que llegábamos, yo hacía un recorrido pos sus casi 400 m lineales de playa para comprobar la ausencia de intrusas. santa cristina era mia! algún día, cuando las cosas les empezaban a ir mejor a mis padres, nos habíamos quedado a comer una paellita en el chiringuito, con coca colas y helado de postre.

la cala de santa cristina pertenece a lloret de mar y lo limita con Blanes, la verdad, si uno no dispone de coche, llegar es un poco complicado; hace unos 9 años, después de más de diez años sin ir a santa cristina, decidí que llegaría a esa playa me costase lo que me costase, de sants, me fui a blanes en tren, de allí, cogí un autobús a lloret y una vez en lloret de mar, anduve un buen rato guiada por taxistas y otras personas del lugar hasta que encontré mi playa. bajando por la cuesta y reencontrándome conmigo misma con los cangrejos de goma y las aletas, volví a preguntar por si acaso y me dijeron que estaba en el camino correcto, que iba a encontrar el gua a una temperatura excelente y que... era una de las mejores playas nudistas que habían visitado nunca!

Que momento, myfriend! después de más de 4 horas en ruta no era momento de rendirse pese al hecho de que jamás hubiese pisado una playa nudista, por lo tanto, me bajé las tiras del bañador y, resignada, me entregué totalemente a la historia del reencuentro naturista con mi playa de la infancia. la entrada en santa cristina fue gloriosa, estaba exactamente como la recordaba; emocionada, oía un bum-bum, bum-bum, bum-bum, acelerado dentro de mi. aun era relativamente pronto y había pocas personas en la playa, tampoco me fijé mucho porque sabiendo que estaban desnudos no era cuestión de quedar como una mirona, el caso es que cuando tras ronear mucho dentro de la mochila, doblar y desdoblar la toalla ganando tiempo, estirarla mirando al sol, primero en oblículo, luego en tangente y de cidir que primero me daría la crema, decidí sentarme e ir bajándome poco a poco el bañador. con las piernas muy juntas, para que no se me viese nada y con la camiseta puesta aún, alcé la cabeza llena de copiosos regueros de sudor nervioso para tomarme un respiro. fue entonces cuando me di cuenta de que los pocos bañistas que había a mi lado estaban totalmente vestidos con sus meiba, sus belcor y sus speedo de lycra brillante.
me subí el bañador y corrí hacia el agua; a mi lado, en la orilla, se metía una chica desnuda. santa cristina debe ser una cala mixta, como la paellas.

viernes, febrero 23, 2007

El geek comecorazones


El verano de 1990 fue para mi una maratón de mates-fiqui indoors. Tenía una profesora particular a la que, años más tarde, (muchos años más tarde) vendería un piso. Mi profe de verano es hoy en día conserje del institut del teatre, cuando me trajo la documentación para tramitarle la hipoteca, me quedé sorprendida de su ocupación, trasa quel verano yo la tuve semiendiosada por sus bastos conocimientos sobre molaridad, fuerzas, fórmulas y no me resultaba aquel un trabajo adecuado para ella; así, le iba diciendo a todas las entidades financieras que ella era una mujer muy inteligente, como si su capacidad le fuese a facilitar la concesión de crédito, si es que... soy de un romántico... románico!


Por mucho que me esforcé, no conseguí aprobar fiqui y para mi padre esto era poco menos que un motivo para enviarme al colegio especial de mi hermano mediano, el chamitu. Yo estaba muy alterada hormonalmente como para concentrarme en aquellos interminables ejercicios de números y letras; por otro lado... me enganchada a series bastante b que ni el nombre recuerdo, en una salía la más alta de las chicas de oro y también se llamaba Dorothy; otra era de una camarera de mediana edad que trabajaba en una cutre-ítalo-cafetería; las propias chicas de oro; el culebrón venezolano "Señora", con Carlos Mata, la tribu de los braddy... vaya, que fuera de las diarias clases particulares no daba ni sello; era una huida en toda regla, abrir las libretas significaba aceptar que pese a las explicaciones de la profe particular, yo seguía sin entender nada y eso, me daba pánico.

Por eso, el día 3 de septiembre de 1990 hice un examen que con las mejores intenciones por parte del profesor, no llegaba al dos. Al ir a entregar la prueba de mi esfuerzo, le expuse directamente al profesor la gran inutilidad pedagógica de otro suspenso en su asignatura, jamás aprobaría; yo le prometí no coger fiqui en tercero ni en lo que me quedaba de formación y, ojo al dato, me comprometía encontrar a un compañero de viaje que entre muchas otras cosas, me enseñase en un futuro remoto los gozos y las sombras de la tabla periódica y de los vectores de fuerza. Luis Berrocal entendió mi verdad y me aprobó la asignatura de fiqui.

roses iba a otra clase de segundo de BUP, con otro profe de fiqui. compartimos profesora particular y como ella siempre ha sido una cabeza pensante mucho más válida que no yo, pues al final mi presencia en aquellas clases a domicilio entorpecía su aprendizaje. ella sacó cerca de un cuatro en su examen, pero el profesor respetó el no aprobado de aquella nota. Así que ella empezó tercero de BUP con fiqui para febrero. cuando nos enteramos de la noticia de nuestros desiguales resultados yo me quedé muy meditabunda y sentencié:

--no te preucupes, berni (por aquellos entonces yo la apodaba por su apellido), ahora no te das cuenta, pero este suspenso tuyo, seguro, yo voy a acabar envidiándolo...


El primer día lectivo de tercero de BUP conocí al que iba a ser mi profe de mates hasta el final de mis días como alumna de esa asignatura. Ya le había visto el año anterior por los pasillo y sabía que le llamaban el Zopaz por la curiosa manera que tenía de pronunciar las eses, las ces, las zetas y casi todos los fonemas sonoros. Pero hasta que no le tuve delante como profe, no le conocí. Se llamaba Juan Luis y debía tener treinta y pocos años. Era alto, desgarbado y desproporcinado con la zona de la cadera y el abdomen ancha y con tendencia a acumular reservas de energía. No era gordo, pero aún era menos flaco que gordo. Tenía muy poco pelo, de color negro y muy lacio, lleva corte de pelo en los que la parte superior se dejaba más larga y proyectada hacia arriba, cayendo en forma de penacho sobre la frente. Pero con poco movimiento ya que su pelo era sumamente grasiento, pero no por dejadez, sino de naturaleza. Sus ojos eran negros y pequeños, flanqueaban una nariz rechoncha, repleta de puntitos negros. barbilampiño, su tez no era ni pálida ni morena. La boca en si merecería toda una entrada para ella sola; los labios eran carnosos, pero sin una forma determinada, los dientes grises y torcidos, más allá, algún defecto en el frenillo o en la oclusión de la boca hacía silbar todos los fonemas ganándose el apodo universal del zopaz, había ratos que la linea sonora de su discurso no difería en nada a la del pato d0nald. Nada más empezar a explicar que era nuestro profe de mates, me enamoré perdidamente de el, con una entrega insólita en mi.

El comienzo de curso no podía ser mejor, tras dos años separadas, roses y volvíamos a estar juntas en la misma aula, sentadas en la misma primera mesa de al lado de la puerta y para mayor disfrute con 4 horas semanales de mates más la flexible quincenal con juan luis. Claro que roses, de aquí lo fantástico de su suspenso, lo tenía también los miércoles por la tarde dando repaso de fiqui de segundo. ¿Ves como yo llevaba razón al pensar que suspendías por algo? Al principio, roses miraba a juan luis sin apreciar el enorme componente erótico que yo encontraba en el, epro con un poco de paciencia, acabó tan enamorada como yo, o casi. De alguna manera, juanlu correspondía a nuestras constantes atenciones clavando sus antebrazos en nuestras mesa cada vez que nos ponía ejercicios, porque yo jamás en mi vida he pedido tanta ayuda para nada. Cuando alguien lo llamaba, roses y yo levantábamos los brazos exasperadas como pollitas caídas de un nido de rapaces reclamando su atención:

--nosotras te necesitamos más!!!

El resto de la clase pensaba, en un primer momento, que era una especie de choteo cruel el que nos llevábamos con juanlu, pero que va! Nos encantaba que nos hiciese caso, que se le notase que sentía predilección por nosotras. Además, tanto era nuestro empeño en hacerle ver que nos gustaba que el pobre chico se ponía nervioso y le asaltaban tics y tartamudeos varios sin cesar al estar cerca nuestro.

No se lo pusimos fácil, posturas femeninas, actitudes sugerentes, una insistencia a prueba de cualquier intento de recriminación por su parte... Para mayor entendimiento apuntaré que en enero de aquel año tele cinco emitió el super bombazo televisivo de Twin Peaks, nuestra actitud era el calco de Audrey Horn, la eterna enamorada del agente especial Dale Cooper. En el fondo, yo pienso que se tuvo que autoconvencer de que nuestras intenciones no iban más allá de la broma para no atentar contra sus sólidas bases de docente. Eso si, subimos la nota en mates del aprobado a siete, a base de entenderlo, sin favoritismos, que a la hora de evaluarnos juanluis era ecuánime con toda la clase.

Juanlu tenía una novia y fecha para casarse y estoy convencida de que jamás tuvo admiradoras de nuestro calibre: morenazas, traviesas, pícaras y disponibles. Pasamos un curso enloquecedor gracias a juanlu, el solo se limitaba a dar su clase y hacernos caso, pero para mi fue muy especial. Por aquella época yo era muy pionera en mis estilismos, iba teñida de pelirroja, ceñida y con plataformas o las doc marteens; juanlu me miraba con toda la desaprobación imaginable en cuanto a la estética, pero no podía dejar de admitir que mal no me quedaba.


A veces no podía resistir sus impulso y nos acariciaba la mejilla, contenido y nos miraba como sino fuese capaz de entendernos, como si admitiese que el había tenido nuestra edad de una manera tan distinta... Precisamente era eso lo que me atraía de el, la posiblidad de ver el mundo desde otra óptica, a través de una persona muy distinta a mi y a mi experiencia. a juanlu le gustaban los libros y las películas de ciencia ficción, había sido un alumno tímido y con algo de sapientín, con escasa vida social, pero duradera, responsable y nada frívolo. Era como nuestra inversa. Mirándole me preguntaba en que parte del camino uno decide y se posiciona en el lado en el que va a militar, ¿porqué me sentía tan cerquita de alguien que si tuviese mi edad prácticamente estaba condenado a que le ignorase?

no pienso mucho en juanlu, algún día lo he visto tomar café con algún que otro profesor y lo he encontrado, más ancho, más grande, más calvo... fue el amor del año en que me llamé Palmira.

jueves, febrero 22, 2007

Flauta dulce orientada al este






Los padres de roses son unos padres estupendos, yo lo descubrí muy pronto.Una de las cosas que más me maravillaba de ellos era la cesión del mejor cuarto de la casa a sus dos hijas mayores. En la zona donde vivo, los edificios acostumbran a tener pisos que o bien dan a la calle, o bien dan para el patio de manzana (la parte de atrás), lo que sucede es que no dan en su totalidad al mismo lado; por lo general, son sólo dos estancias, tres a lo sumo, las que ventilan directamente al exterior, el comedor y el domitorio doble, por ejemplo; los otros dormitorios, cocina y baño, dan a lo que se denomina patio de luces. Los patios de luces están muy poco valorados, las fincas sin patio de luces, son las mejores para la opinión general. Yo adoro los patios de luces, otro día explico mi relación con este espacio cubierto de uralita lleno de bajantes, galerías y ventanas a otras realidades.
Por lo tanto, es normal que en los pisos de la zona en la que vivo, el dormitorio que da al exterior sea el doble y lo ocupe la pareja que habita en el piso. Incluso, si hay más de un dormitorio doble, se considera principal el que es exterior. A los hijos, a la plancha, al estudio... se los transfiere al resto de dormitorios patiluceros.

Los padres de roses no lo hicieron así, en el dormitorio principal pusieron a roses y a su hermana mayor, Magdolina, creando así un espacio de unos 15m2 con dos estrechas camitas pegadas a la pared y formando ángulo recto, un mueble empotrado de gran capacidad y, bajo el gran ventanal orientado al este, colocaron una largo escritorio con dos oquedades a fin que las dos hermanas desarrollaran allí sus capacidades intelectuales. Ellos se quedaron con otro dormitorio doble que daba al patio de luces.

Esto en mi casa era totalmente impensable, de hecho, creo que si yo lo hubiese comentado alguna vez, habría originado un cristo de descalificaciones por parte de mi padre bajo el nombre de "la tiranía de los hijos". Resignada a que esa prioridad como hija jamás iba a estar entre mis sensaciones, disfrutaba de aquel cuarto como si fuese mio; la hermanas tenían equipo de música, privilegio que yo no alcancé hasta segundo de BUP, televisón, video, máquina de escribir... En los primeros momentos, la tele estaba encima de una mesa camilla cubierta con un mantel de florecitas y hojas verdes de un tacto como de raso.

Otra muestra de generosidad de Ramón y Teresa era que no les importaba que su piso se convirtiese en centro de operaciones sociales de roses o de cualquiera de sus hijos. Así que cuando había que hacer un trabajo o preparar cualquier cosa, o simplemente nos apetecía esuchar música tranquilas, nos podíamos quedar en su cuarto.

En octavo de egb teníamos en el colegio una asignatura de música; entre otras cosas varias, que incluían la historia, la lectura del pentagrama y el reconocer piezas de música clásica, estaba el dominar de manera más menos ágil la flauta dulce. Yo siempre quise tener una flauta de madera, con su sonido aterciopelado y su textura noble, pero mis padres sólo me proporcionaron una Suzuki de plástico con su brillante funda naranja. De tanto en tanto, cortaba un trapo en tiritas, las pasaba por el ojo del instrumento que traía la flauta para su limpieza y, pese a ser de plástico, mi suzuki lucía preciosa.

Lo que quiero expresar es que a mi, el tocar la flauta, me gustaba mucho, lo que pasa es que a mis once años, tal vez pensaba que no era una buena idea expresar en voz alta una idea que nadie compartiría conmigo, ya que el tocar la flauta entre mis compañeras, desde la más cool, a la mas ñoña, se consideraba como una pérdida de tiempo, pasando por ser una ridiculez y una forma muy estresante de tentar a los nervios cuando se podía dedicar el tiempo a distinguir el genitivo sajón del verbo to be o a resolver ecuaciones.

En octavo, el ejercicio práctico de música para aprobar la última evaluación era un canon a cuatro con los líneas de sonido, una grave y otra aguda. Aquello fue el martirio definitivo para todas mis compañeras, porque la pieza, lejos de ser Noche de paz, Michelle de Los beatles o cualquier pieza fácil, era un complicado galimatías de notas muy agudas que nunca habíamos sacado de la flauta; por ejemplo, muchas de las notas de esta pieza, se sacaban taponando parcialmente el orificio posterior de la flauta... vituosismo imposible!

Tuvimos que ensayar la pieza durante los tres meses que duró la evaluación, roses y Emma hacían los agudos y Silvia y yo atacábamos los graves. Me parece que no hace falte que declare que durante muchos años, pasé el tiempo enlazando una voz con otra sin descanso, amorrada a mi suzuki. Como no, para ensayar, quedábamos en la casa de roses. El caso es que la calidad de las cuatro intérpretes era bastante dispar, por lo que para que aquello no se convirtiese en una tortura y para poder adelantar algo, tras un mes y medio de pérdida de tiempo y tardes enteras hablando de valencia, de bourgeois, de sergi... decidimos separar nuestro ensayo, aprendernos la canción cada una por nuestra cuenta y luego, decidir juntas que ritmo conferíamos a nuestros armoniosos pitidos. Pero era complicado que encontrásemos (para mi no, pero fingía) tiempo en nuestras casas para ensayar en soledad, por eso, seguía siendo la casa de roses nuestro centro de operaciones. De esta manera, yo me subía a la azotea comunitaria, roses se queba en el cuarto, Emma en el comedor y Silvia en el cuarto de xavi. Yo recuerdo con mucho cariño y ternura a cuatro niñas de uniforme patigallesco soplando sus flautas y mirando por los ventanales de casa de roses hacía el este.

Emma y roses llevaban un ritmo muy conjuntado y su ejecución era precisa y perfecta: Silvia conseguía que tras su demostración, decidiésemos ir a comer pipas a un banco de la rambla y dejásemos el ensayo parado. Yo era muy pasional: me solía equivocar, pero cuando no lo hacía me quedaba una interpretación soberbia. Otro problemilla con el que tuvimos que lidiar fue el hecho de que, una vez la canción aprendida, entrábamos en la etapa de conjuntarse con la flauta que hacía tu misma línea de voz, es decir, en mi caso, con silvia. Era un problema para nosotras porque era mirarnos la una a la otra tocando la flauta y estallar en carcajadas. Emma y roses, mucho más sobrias, no tenían problema en esto.

Por eso yo, al ensayar por duos con Sílvia, me metía debajo de la mesa camilla y quedaba totalmente cubierta por los faldones del mantel, así, sin vernos, nos salía medianamente normal.
Recuerdo el día que entró roses a su dormitorio y vio a Silvia sola pese a que me oía tocar, cuando yo salí de debajo de la mesa camilla explicando que esa era la única manera de evitar las carcajadas, fue roses la que rompió a reir.

El día del examen tocamos las cuatro, yo de espaldas, y nos pusieron un nueve.

Debajo de la mesa camilla, frecuentemente me cogía angustia y sacaba la cabeza por el otro lado, sin que Silvia me viese, me tumbaba manteniendo las piernas cruzadas y, sin dejar de tocar la melodía, miraba aquel cielo tan azul de 1988; pasaban las nubes rumbo hacia el norte y yo me preguntaba que es lo que me depararía el futuro. Feliz y entusiamada, apostaba por mi cuando tras acabar la canción, no me había equivocado en nada. Por no deafraudar a aquella niña que aún no se ha ido de mi, cuando estoy triste sé que saldré adelante. Y casi, casi, vuelvo a oir aquella canción.

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