viernes, septiembre 01, 2006

Numa casa portuguesa fica bem

Vivo en una de las ciudades más horrorosas desde cualquier punto de vista admisible. Arquitectónicamente, vulgar; poblacionalmente, mediocre; urbanísticamente, insufrible; sosteniblemente, precaria; culturalmente, insultante y unidireccional. Aun admitiendo tal realidad, según mi medida, hubo algún tiempo en el que mi ciudad me resultó entrañable. Como siempre, la corta edad jugaba un papel importante en mi percepción. Por San Jordi, cuando los puestos de libros invadían la rambla y al final de la misma las atracciones de féria congregaban a gran número de mis conciudadanos; era la época en que más me gustaba mi ciudad. A finales del mes de abril, una primavera fresca y llena de color nos atrapaba en su impenitente alegría. Todos los años me compraban en los puestos de libros uno de aquellos denominados "elige tu propia aventura", unos libritos de color rojo en los que no había una historia lineal sino que tras la lectura de un par de páginas, incluso menos, en vez de continuar adelante, tenías que escoger entre varias opciones y avanzabas a detrminas páginas. Así el libro contenía la misma historia con distintos finales o evoluciones. Ahora mismo no puedo entender que especie de siniestro magnetismo me atraía hasta ese tipo de lectura pero lo cierto es que me gustaban mucho .

La feria venía a mi ciudad en los meses de abril (festes de primavera) y en junio, fiestas de la ciudad y san joant. Autos de choque, que no me decían nada en especial, una barca, llamada la pInta que se blanceaba vertiginosamente; el skylab, una especi de ovni que giraba en diagonal; el martillo. El martillo era mi preferido, debia elevarte a unos 40 m y te dejaba algunos momentos suspendida boca bajo antes de hacerte girar con fuerza. Efecto de caida, gritos ensordecedores y una sensación de derrochar adrenalina incomparables. Desde el martillo, bocabajo, fuertemente agarrada a los dispositivos de seguridad, desde allí arriba, abría los ojos y contemplaba mi ciudad. Me gustaba verla así, totalmente distornionada, invertida, casi irreconocible. Era como si desde allà arriba pudiese contemplarla desde otro punto de vista al cual no tenía acceso normalmente y así, tener otra perspectiva más completa de ella. Me daba cuenta que mi ciudad se extendía mucho más allá de los límites con los que yo la había acotado, que era muy desconocida pese a ser lo único que había tenido cerca en cuanto a lugares; incluso, al bajar a increible velocidad, me daba tiempo a proponerme visitar esos rincones que podía ver desde allí arriba durante unos segundos.

Mi ciudad era más bonita cuando estaba llena de gruas que orquestradas por los hombres edificaban moles de cemento, cuando olía al alquitrán que sepultaba los caminos de polvo, cuando no era tan ciudad. Prefiero los descampados con niños deshollándose codos y rodillas tras un balón mientras corrillos de niñas devoraban pipas sentadas encima de los materiales de las obras cercanas, disimulando que no los miraban. Cuando había perros y gatos callejeros.

De los balcones no colgaban motores de aire acondicionado, sino familias cenando afuera, al fresco. Las ventanas abiertas de par en par dejaban que los sonidos entrasen y saliesen a su libre antojo, televisiones, radios, discusiones y risas de las casas se mezclaban con el tránsito d elos coches de la calle.Mi mundo era tan pequeño que podía ir caminando hacia todos los lugares a donde quería llegar.

Ninguna compañía fleta naves con mis destinos.

Mi ciudad me gustaba más cuando era más mía y menos ciudad.

Concurso Veo

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